viernes, 14 de junio de 2019

Otoño


Un jueves soleado y frío de junio de 2018 entraba temblando a un resonador, no era la primera vez que ingresaba a uno, pero si era la primera vez que cada rincón de mi cuerpo sentía que algo no andaba bien. Y así los 15 minutos que duraría se hicieron mas de 60, temblaba tanto al punto de sentir que me desvanecía.
Minutos en que toda una vida se te pasa por la cabeza entre respiraciones profundas y mantras de meditación...

Hace un año que no soy la misma, no porque quise cambiar, si no porque la vida me obligó hacerlo. Me encerré, me aislé de los demás y me conocí a mi, tuve tiempo hasta de replantearme si era verdad que me gustaba tanto la menta granizada, o solo era costumbre, si la fotografía seguía siendo mi pasión, mi conexión con la espiritualidad... y así comenzó un viaje de ida a médicos y un viaje hacia adentro de mi ser. Muchas cosas cambiaban, mi trabajo, mis relaciones, mi cuerpo, mi mente. Gente que se fue, gente que se quedó acompañándome, respetando mis ausencias, mis silencios y gente que hasta el momento no veía que estaban ahí y comencé a ver como me cuidaban, acompañaban, me extendían una mano en silencio, sin preguntar, ni esperar nada, solo empujándome sutilmente a que me encuentre.

Un camino que no fue, ni es fácil, pero tampoco imposible. Pasé muchas noches sin dormir, muchas. Me costó llorar mas que nunca, porque primero pensaba en mi hijo, en mis padres, hasta que comencé a pensar en mi. Darme cuenta que no estaba mal pedir ayuda en los días que sentía que no podía con el peso de mi cuerpo. 

Y cual teatris la vida, de a poco, se va acomodando. No siempre se acomoda como soñamos o esperamos, pero lo importante es que se acomode y podamos seguir rodando en este hermoso plano.

Vinimos a Ser Felices y si nos perdemos en el camino es para volver a encontrarnos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario